En la noche del domingo pasado supimos la triste noticia del fallecimiento de Andrés Ayón Brown, gloria del deporte cubano y miembro del Salón de la Fama del Béisbol en México. La novedad nos llegó a través del diario JIT, donde se explicaba que el deceso del exlanzador se produjo a consecuencia de un infarto mientras se encontraba en el capitalino Hospital Miguel Enriquez.
El afamado pelotero contaba con 83 años de edad y una gruesa hoja de servicios dedicados de forma especial a la práctica del Béisbol.
En el reportaje se resumía la extensa lista de los logros deportivos de quien fuera manager del equipo Industriales durante el primer lustro de la década de los 80: “jugó en la liga profesional de Cuba con los equipos Marianao y Almendares; se tituló en dos series del Caribe; brilló en las Ligas Menores hasta el nivel AAA en Estados Unidos, y estuvo a las puertas de las Grandes Ligas a inicios de la década de 1960.”
Ayón no solo fue un excelente pelotero, sino un cubano de toda cepa. En algún momento había confesado que Cuba era su tierra sagrada. En ella vivió y consagró sus aportes al conocimiento sobre el entrenamiento deportivo. En una entrevista concedida hace cuatro años aconsejaba al movimiento beisbolero cubano:
Los ingredientes para triunfar en el montículo son la ecuanimidad, la inteligencia, para conocer la zona débil de tu oponente, tener un receptor sobre el que pueda depositar toda la confianza, saber cuándo utilizar cada lanzamiento, y poseer una perfecta sincronización de los movimientos.
Valgan sus sabias palabras para, aún en medio de su ausencia física, el Béisbol en Cuba vuelva a brillar en las arenas nacional e internacional. Sería el mejor homenaje a ese grande de la pelota cubana.
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