¿Cómo no amar el voleibol cubano?

Author
Sergio Arturo Pérez Echevarría
Atletas de la preselección nacional se preparan la UCCFD Manuel Fajardo con vistas a la Copa Panamericana Juvenil

Jamás olvidaré el primer día que pisé este centro de estudios, hace ya dieciséis años parece que fue ayer, pero casi sin pretenderlo, si cierro los ojos mis piernas, por si mismas encuentran el camino hasta este enigmático lugar, y eso solo ocurre cuando instintivamente lo habitual se vuelve placentero, cuando uno comienza a interiorizar desde el alma lo que exterioriza cada día. Algunos estudiosos del amor plantean que al principio las relaciones se caracterizan por esas ganas tremendas de estar juntos, quizás para ser, “devoradas por un amor calcinante”, pero con el tiempo el vínculo se hace más profundo, y comenzamos a vivir para servir una noble causa, quizás mucho más importante que todos nosotros, en mi caso, este pedazo de suelo que lleva por nombre universidad del deporte, o mejor dicho Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo.

Un día, semanas antes de entrar al entonces ISCF Manuel Fajardo, recuperándome de una lesión, visitaba con mi padre el Instituto de Medicina Deportiva, y ahí sentado en un sofá, había un hombre fornido, en su mano una mochila cargada de quien sabe cuántas cosas. De pronto mi padre, que no fue deportista, pero ama inmensamente la actividad física, de esos que se desayunan el Granma, meriendan Juventud Rebelde, y ven cuanto noticiero aparezca, de los que no duermen jamás en una olimpiada, de los que despiertan a los vecinos para que se enteren de que Cuba está ganando, de esos padres que habitan en todas las familias y que alumbran cada rincón de este país con lágrimas, y palabras encendidas de orgullo por los suyos, de pronto se puso de pie, se acercó,  al principio un tanto dubitativo y se dirigió al señor:

Perdone usted, señor, pero su cara me es familiar, ¿no es usted Ídolo Gilberto Herrera? Con una sonrisa en los labios, y un formidable respeto le dijo: así es, así me pusieron mis padres (yo mirando aquello un tanto apenado y ellos en su conversación). Debe saber usted que muchos en Cuba le admiran, no solo por sus resultados en el deporte, sino por la profesionalidad, la entrega y el ejemplo. Déjeme darle las gracias, porque usted no sabe las ganas que tenía de ver a Cuba en lo más alto del podio. Usted no imagina las veces que me empin…con los muchachos, pero esa victoria, ese momento, jamás lo olvidaré, muchísimas gracias, profesor. Ahí el profe Gilberto, o “el venao”, como luego supe que le llamaban los que le conocen de años, le agradeció por tenerlo presente, y por saber que, aunque ya él no estaba con la selección nacional, por cuestiones que muchos en el deporte cubano saben de sobra, que nada tienen que ver con este escrito y que el tiempo se encargó de demostrar, el pueblo de Cuba lo recordara siempre en cada lugar, que eso para él tenía un valor incalculable. De ese encuentro, además de aquel momento que jamás olvidaré, guardo una enseñanza sobre la que poco he hablado, incluso con el profe Herrera, y fue un consejo que me dio, al saber que había matriculado en la universidad y que pronto estaría entrando a esta Casa de Altos Estudios:

“Si te quedas en el parque, quizás te gradúes, pero no sabrás lo suficiente. Cuando llegues a la universidad entra a las aulas, a las instalaciones y dedícate a aprender. El saber no ocupa espacio y lo que necesitamos son buenos profesionales”. Tras más de quince años de haber entrado por primera vez a la universidad, hoy debo decir, y los que me conocen también reflexionarán al respecto, que pocas veces me detengo en el antiguo parque José Martí. Creo que entre las enseñanzas que he tenido la suerte de recibir, esa es una de las que logré incorporar más rápidamente, y por supuesto, en algunos meses logré entender el sentido práctico de las palabras del profe ¡cuánta razón tenía!

Quiso la vida que en tercer año de la carrera se presentara en la Biblioteca del centro un libro titulado: Del solar al Doctor en Ciencias, cuyo autor no fuera otro que el hombre que un día me aconsejara casi sin conocerme. Pasaron los meses y con ellos surgieron experiencias muy gratificantes. Tuve el placer de escuchar a un señor llamado Calixto Andux, de tener en mi propia aula a una hija de la inolvidable “Mamita Pérez”, y de jugar voleibol en “la Mariposa” no solo como hobby, sino como asignatura. Guardo en mi corazón las enseñanzas de Abel Sarmiento Bio, quien fuera mi profesor y luego mi compañero en el Departamento Deportes con Pelotas; siento el placer tremendo de poder dialogar diáfanamente con la profe Raiza Offarril y muchos queridos colegas que hoy prestigian la institución y cuyo aporte a estado tras bambalinas, en función de la formación de atletas y resultados de nuestro país en eventos internacionales.

Al concluir con la etapa estudiantil tuve el placer de ser ubicado en el Combinado Deportivo Francisco Cardona, allí me encontré que la dirección del mismo estaba compuesta nada más y nada menos que por Tania Ortiz y Marlenis Costa. ¡Cuánta experiencia! ¡Qué respeto por sus profesores! ¡Y ni hablar de Eugenio George! De regreso a la universidad, ya en la Maestría de Entrenamiento Deportivo tuve el placer de conocer a Yumilka Ruiz y Norca la Tamblet, entre otras luminarias de este gran deporte. Es por ello que hoy, que temprano en la mañana, silbatos y remates impusieron el llamado y decidí encaminar mis pasos hacia la mariposa, una sonrisa me sorprendió observando a Yumi enseñando a los muchachos del equipo de la universidad, quienes topaban con la selección nacional que se prepara con vistas a la Copa Panamericana Juvenil. Tomando algunas fotos al increpar al profe Pau nos decía, esa es la tropa del Venado, mira a kazun en el arbitraje y a Yumilka como entrenadora, ellos siempre trabajan con nosotros en el equipo nuestro.

Es por ello que sintiendo un placer enorme decidí escribir estas modestas líneas. Inconscientemente las palabras fueron cayendo tácitamente, recordando aquellas madrugadas de las “Espectaculares Morenas del Caribe”, de los remates de Gato, Marshal, las chiquiticas de Pimienta, aquel: balón que sube y balón que baja, del inmortal René Navarro, de aquellos equipos femeninos y masculinos que tanta felicidad han traído a nuestro pueblo y tantas ganas de gritarle al mundo, que así somos los cubanos, carajo.

Es cierto que los tiempos han cambiado, que mucho hemos de andar si queremos algún día regresar a los planos estelares, pero cuando veo todo lo que tenemos aquí y lo que hay diseminado por el mundo, siento que un día encontraremos el camino. Sueño con volver a sentir esa electricidad que pone los pelos de punta, con sorprenderme con una lágrima de felicidad y emoción, sueño con que mis muchachos y muchachas pongan de nuevo a mi país en el lugar que debería, de donde nunca debió salir y donde siempre debe estar. Que me digan fidelista, patriota, loco, soñador, o lo que quieran. Nunca he podido, jamás he pretendido y sé que no puedo ser voleibolista, pero lo que no podrán quitarme jamás son las ganas de sentir por mi país, la capacidad de sufrir y disfrutar en cada derrota o victoria de nuestros voleibolistas, y la fe y la confianza que tengo en la gente valiosa que habita en este gran deporte.

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