MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE

Autor
Fidel Hechavarría Grave de Peralta
Martí y el 27 de Noviembre

 

 

Centenario de Cintio Vitier Bolaños (1921-2021)

 

En conmemoración del 150 aniversario del fusilamiento de los estudiantes de Medicina

 

 

MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE[1]

 

 

     Conmemoramos hoy el 103 aniversario de un trágico suceso que reviste caracteres excepcionales en la historia de la patria, no solo por las circunstancias de sombría barbarie en que se produjo, sino también por el proceso que fue necesario para llegar a entender la plenitud de su sentido. En efecto, cada vez que nos enfrentamos con el fusilamiento de los ocho estudiantes del primer curso de Medicina el 27 de noviembre de 1871,[2] lo que más nos impresiona es que aquel hecho brutal y absurdo, que pudo ser únicamente un crimen, se llenó de significación moral e histórica por la actitud que bien podemos llamar transfiguradora de las víctimas; por la nobilísima, tenaz y valiente fidelidad de su vindicador, Fermín Valdés-Domínguez;[3] y por obra del máximo exégeta de aquella tragedia inolvidable: José Martí.[4]

     Desde que a sus dieciocho años, deportado y enfermo en Madrid, después de la experiencia infernal del presidio político[5] y las canteras de San Lázaro, Martí supo la terrible noticia por el lacónico parte de El Jurado Federal,[6] hasta que el 24 de febrero de 1894 pronunció en Nueva York su discurso en homenaje a Fermín Valdés-Domínguez,[7] a través de sucesivos testimonios constatamos que el fusilamiento de los estudiantes constituyó uno de los hechos capitales para la articulación de su doctrina revolucionaria; y comprendemos que, si no tuviéramos tales testimonios, faltaría al 27 de Noviembre su recepción más iluminadora, su resonancia más profunda y su más trascendente utilidad histórica. Porque Martí, que fue magno hacedor de historia, fue también el intérprete más lúcido de nuestro legado patriótico y el guía seguro y completo para todos los tiempos por venir de la conciencia revolucionaria cubana.

     Precisamente de esto se trata, de la conciencia que asume y configura los hechos, y ya advertimos que, en el caso atroz del fusilamiento de los estudiantes, dependió de ellos en primer lugar que existiese la posibilidad de convertir su muerte en un acrecentamiento de la vida patria. Cierto que ya por sí mismo el espectáculo de la inocencia sacrificada a la inhumanidad, contiene una especie de virtud o fuerza moral que desde los tiempos más remotos ha conmovido al hombre para mejorarlo. Pero aquellos ocho jóvenes, atrapados en la trampa implacable del odio colonial, pudieron ser mucho más que víctimas por la forma como supieron encarar a sus verdugos y no solamente morir a sus manos sino morir por la patria.

     Dos años antes Carlos Manuel de Céspedes[8] había iniciado la insurrección libertadora a la que pronto se unió, en expedición[9] al mando de Manuel de Quesada,[10] un importante contingente de jóvenes universitarios habaneros que formaron, junto a Ignacio Agramonte,[11] la vanguardia ideológica de la Asamblea de Guáimaro. El resentimiento de los Voluntarios españoles[12] contra aquella porción ilustrada, generosa y dispuesta al sacrificio, de la burguesía criolla, tuvo ocasión de ensañarse en la “carne fresca” —como ellos mismos aullaban bestialmente— de los ocho jóvenes mártires, y estos, al saber “morir dignamente por su patria”, según escribió Valdés-Domínguez en su alegato, ajenos a la inexistente profanación de que se les acusaba, pero no al espíritu patriótico que sus acusadores perseguían, tuvieron la ocasión de subir de golpe a la esfera del heroísmo y sumarse a la legión de sus hermanos mambises,[13] e incluso, después de muertos, salir de su clase culpable para ser enterrados en la fosa común de los pobres.

     Por todas estas razones Martí, en la primera inspirada entonación de su palabra poética, los evoca en aquellos versos de su poema germinal de 1872: “Cadáveres amados los que un día / Ensueño fuisteis de la patria mía”,[14] con expresiones transidas de amor y de dolor viriles, que ochenta y un años después servirían para rendir homenaje a otros jóvenes mártires: los jóvenes asaltantes del Moncada. Y si llamamos germinal a aquel poema es porque en él, aunque pagando todavía tributo al molde romántico que pronto estallaría en la explosión volcánica de los Versos libres, se ocultan las semillas de los temas y planteamientos fundamentales que el 27 de Noviembre suscitará en Martí a lo largo de más de veinte años y constituirán horcones y arquitrabes de su pensamiento. Lo tomaremos, pues, como guía, desde el tono inspiradamente rector de esos primeros versos.

     En los que siguen a continuación, utilizando un giro previsible de la elegía romántica, da el poeta adolescente un paso profundo hacia sí mismo, cuando exclama:

 

     Y tú, la muerte, hermana del martirio,

Amada misteriosa

Del genio y del delirio,

Mi mano estrecha, y siéntate a mi lado.[15]

 

     Lo que pudiera parecer arranque juvenil sin consecuencias, se consagrará casi veinte años después en el discurso de Tampa: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida”.[16] La conversión dialéctica de la muerte en vida, eje del poema convulso y de la exultante oración de “Los pinos nuevos”, lo será de todas las meditaciones martianas sobre el 27 de Noviembre; así como el vencimiento del odio, asunto central de sus páginas sobre el presidio político[17] y también de estas estrofas.

     En una de aquellas, la dedicada en La Soberanía Nacional, de Cádiz, a los bárbaros tormentos del anciano Nicolás del Castillo, Martí dice de sí mismo que “ni al golpe del látigo ni a la voz del insulto, ni al rumor de sus cadenas ha podido aprender aún a odiar”.[18] Por su parte Fermín Valdés-Domínguez, continuando el relato de los horrores de las canteras, afirmará: “hoy el recuerdo de nuestros sufrimientos ni nos sonroja ni nos hace odiar a los que así nos ultrajaron”; y añade significativamente: “El recuerdo de los hermanos que desaparecieron de nuestro lado, que quedaron en el campo de la Punta para no volver jamás, nos enseña a honrar perpetuamente su memoria con nuestra honra propia”. Es decir, que la actitud valiente, limpia y levantada de aquellos mártires ante la muerte inmerecida, impedía rebajar la viril indignación hasta los predios inferiores del odio y la venganza. Era un problema, justamente, de honor. Y, sin embargo, sería ilusorio suponer que, ante el primer impacto del crimen, fuese fácil, ni siquiera posible al hombre bien nacido, evitar la irrupción natural, irreprimible, de eso que con absoluta propiedad puede llamarse la “santa ira”.[19] Martí da testimonio de ello en su poema cuando evoca el momento en que

—sufriendo precisamente a causa de la cadena del presidio, “en lecho ajeno y en extraña tierra”— recibió la espantosa noticia:

 

—¿Y ellos? ¿y ellos? mis labios preguntaron:

—¡Muertos! me dijo ¡muertos!

Y en llanto amargo prorrumpió mi hermano,

Y se abrazó llorando con mi amigo,

Y yo mi cuerpo alcé sobre una mano,

Viví en infierno bárbaro un instante,

Y amé, y enloquecí, y os vi, y deshecho

En iras y en dolor, odié al tirano […].[20]

 

     Los jóvenes compatriotas, también desterrados, que compartieron con él aquel momento arrasador, fueron Carlos Sauvalle, en cuya casa vivía entonces, y Manuel Fraga, portador de la noticia estampada en El Jurado Federal. El propio Martí recordará en el discurso de “Los pinos nuevos” otro episodio de parecido temple emocional: “un día de verano madrileño, cuando al calce de un hombre seco y lívido, de barba y alma ralas, muy cruzado y muy saludado y muy pomposo, iba un niño febril, sujeto apenas por brazos más potentes, gritando al horrible codicioso: ‘¡Infame, infame!’”[21] El “niño febril” era él; el “horrible codicioso”, Dionisio López Roberts,[22] principal responsable de la tragedia de 1871.

     No era Martí, sin embargo, hombre para quedarse en la impotencia de la ira y el dolor. Naturaleza esencialmente activa, creadora, transformadora siempre de los datos primarios de la realidad; naturaleza, en suma, esencialmente revolucionaria, él mismo dice en su poema: “¡Cuando se llora como yo, se jura!”[23] Despojados de toda autocomplacencia, de todo estancamiento, el dolor y la ira se le convierten pronto en un acto. Por eso afirma en su primera prosa sobre el 27 de Noviembre —clavada por él, Fermín y Pedro de la Torre,[24] “como fantasmas justiciadores”,[25] en la madrugada madrileña del primer aniversario—: “hay un límite al llanto sobre la sepultura de los muertos, y es el amor infinito a la Patria y a la Gloria, que se jura sobre sus cuerpos, y que no teme, ni se abate, ni se debilita jamás—porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra”,[26] palabras recogidas también en la defensa del Moncada. “Y yo juré!”, dice Martí “Fue tal mi juramento, / Que si el fervor patriótico muriera, / Si Dios puede morir, nuevo surgiera / Al soplo arrebatado de su aliento!”[27] Diez años atrás, en el Hanábana, ante el cuerpo de un esclavo ahorcado de un seibo, según lo testifica el poema XXX de Versos sencillos, había jurado “lavar con su vida el crimen!”.[28] De este modo jura, primero, ante el esclavo, y después, ante la flor generosa y tronchada que trasciende a su clase, lo que equivalía a jurar ante los dos componentes fundamentales de la guerra cubana.

     Pasa después el joven Martí, en su estremecida imprecación de 1872, a evocar las fuerzas del mal desatadas en la noche infausta. Será la única vez que lo haga en esta forma. Él mismo dirá más tarde: “La palabra viril no se complace en descripciones espantosas”.[29] Por otra parte, nada puede rivalizar en este aspecto con el testimonio de Fermín en su denuncia, cuando nos pone así el espanto ante los ojos, con la siniestra elocuencia de los hechos vividos:

 

Pesada ya por el Consejo la cantidad de carne que podía bastar al hambre de la fiera, el Presidente, los vocales y los jefes y capitanes de Voluntarios que lo componían salieron fuera de la cárcel donde los esperaba, ansiosa, la multitud. Tocó atención entonces un corneta de órdenes, y súbito silencio acogió el clamor. Pero de repente, la gritería se hizo atronadora, las voces de ¡muera el Consejo! Se mezclaron a las que pedían nuestras vidas, y el tumulto duró hasta que un toque igual al anterior se hizo oír, y nuevo silencio, silencio horrible, le siguió. Alguien debía hablar. ¡Alguien ofrecía una cabeza más! Pero estruendo más horrible, si cabe, sucedió al intervalo segundo: los gritos de ¡muera el Consejo! tuvieron más insistencia y no cesaron hasta que otro toque fijó más su atención. Callaron un momento para gritar con más fuerza. El corneta tocó siete veces, y el vocerío atronador sucedía al momentáneo silencio. Y el corneta tocó la vez octava, y entonces todos gritaron: ¡Viva el Consejo! El estruendo se aumentaba con los vivas. Y era que se había ofrecido la octava cabeza. Era que ya tenía bastante para un día la sed de sangre de los amotinados. Era que ya se había llegado al máximum horrible de la sentencia. Los criminales deben sentir frío y terror cuando yo llego aquí.

 

     En el artículo del año de la vindicación de la memoria de los mártires, 1887, Martí hará una rápida “mancha” (en el sentido pictórico del término), muy superior a la alegoría del juvenil poema, en la que va envuelta una relativa explicación de los sucesos y en cuyos trazos brilla el don de síntesis que empezaba a madurar en su prosa:

 

Por la ola de sangre se vieron impelidos los mismos que para ganarse el favor de la opinión la levantaron: ¿quién sabe dónde va el odio una vez que se le desata? Se llenó nuestra Habana de turbas engañadas y coléricas: temblaron ante ellas los que hubieran podido desarmar la furia con mostrar a sus jefes el ataúd: todavía se estremecen de pavor los que recuerdan las cárceles cercadas, el palacio sitiado, los caballos de los pacificadores muertos a bayonetazos, los toques de corneta, anunciando en el lúgubre silencio, las gallardas cabezas que caían: hoy solo quedan de aquel drama tremendo unas hebillas de plata, una corbata de seda envuelta a un hueso, y ocho cráneos despedazados por las balas.[30]

 

     Volviendo al poema inicial, la aludida alegoría de “una legión de hienas”,[31] que allí representa a los Voluntarios homicidas, termina con una coherente maldición. Utilizando entonces un recurso de la poesía romántica —el recurso de poner en boca de alguna aparición las más íntimas intenciones del poeta—, Martí finge que ve las sombras de los estudiantes muertos y que ellas, sorprendentemente, no piden venganza sino perdón:

 

     Campa! Bermúdez! Álvarez!...¡Son ellos,

Pálido el rostro, plácido el semblante;

Horadadas las mismas vestiduras

Por los feroces dientes de la hiena!

¡Ellos los que detienen mi justicia!

¡Ellos los que perdonan a la fiera!—

¡Déjame ¡oh gloria! que a mi vida arranque

Cuanto del mundo mísero recibe!

Deja que vaya al mundo generoso,

Donde la vida del perdón se vive![32]

 

     El poeta, aunque seducido por el “bienhechor consuelo” y la “espléndida luz”[33] que la aparición de los mártires trae consigo, aunque fascinado con sus palabras sobrenaturales y sus extáticos y piadosos gestos (“Ellos me dicen / Que mi furor colérico suspenda, / Y me enseñan sus pechos traspasados, / Y sus heridas con amor bendicen, / Y sus cuerpos estrechan abrazados”), se atreve a preguntar incrédulo: “¿Perdón para el / impío?”, es decir: ¿Perdón para el que no lo tuvo ni lo conoce? Pero las sombras son categóricas, y ahora a coro le gritan, le ordenan el perdón. “Y en un mundo de ser se precipitan!”[34] ¿Qué significa esto? Por lo pronto el joven poeta solo sabe que ha salido de la prisión del odio y de su atmósfera asfixiante, envenenada, matadora; y que ahora el juramento de fidelidad, entrega y redención, puede empuñarse limpio como una espada sin mácula. Con los años irá volteando este problema por todos sus lados, hasta llegar a la más completa solución que del mismo conoce la ética revolucionaría.

     Ya en el artículo de 1887 sobre la gestión vindicadora de Fermín, escribe: “Los grandes crímenes son útiles, porque demuestran hasta dónde puede llegar la nobleza necesaria para perdonarlos”.[35] De hecho Fermín, no solo mantuvo en todo este proceso la conducta ejemplar del “vindicador sin ira”, sino que aportó, junto a la implacable denuncia de la infamia, datos contrastantes y enriquecedores, como el episodio de la acogida que los marinos de la fragata española Zaragoza, surta en el puerto de La Habana, dieron a los estudiantes sobrevivientes, indultados de presidio y allí protegidos hasta la llegada del vapor correo, que los llevaría a España:

 

Ese día [dice Fermín] memorable para todos, nos ofrecieron los marinos un fraternal almuerzo. Aquel banquete fue la primera protesta de los hombres dignos a la que asistimos: colocado cada uno de nosotros al lado de un marino, para demostrar la unión que entre todos y nosotros querían ellos que existiera, y para significar, al mismo tiempo, cuán injustos entendían que habían sido nuestros sufrimientos, pasamos algunas horas cuyo recuerdo me llena de alegría. Nuestros brindis encerraban muchas lágrimas que contestaban los marinos con protestas honrosas, con frases de consuelo, que recuerdo siempre cuando tengo que juzgar a los hombres que, con su maldad o con su cobardía, cavaron la fosa que había de recibir los cuerpos mutilados de mis compañeros y rieron en las canteras cuando la vara del brigada golpeaba, sin compasión, nuestras espaldas.

 

     Un espíritu dominado por el rencor hubiese ocultado o deformado estos y otros hechos que tendían a levantar puentes sobre el abismo abierto entre cubanos y españoles. Con razón asevera Martí en su artículo de 1887, subrayando aquellos rasgos de la empresa y la conducta de Fermín que iban a insertarse dentro del ideario de la guerra sin odio, [36] consagrado finalmente en el Manifiesto de Montecristi y en la Circular de guerra del 28 de abril de 1895:[37] “Grande ha sido en Valdés-Domínguez la lealtad a los muertos—¡que tienen pocos amigos!—; grande su arrojo; grande la fuerza que su prueba añade a nuestros derechos olvidados. Pero lo más grande en él, a semejanza de su pueblo, donde no encuentra raíz el odio, es ese acento inefable de perdón que embellece su digna tristeza. ¡Perdón es la palabra, y aquí se trata solo de merecerlo!”[38]

     Vemos cómo el mandato de las sombras del poema juvenil se trueca, no solo en norma superior de una eticidad que ennoblece el combate, sino también en tesis política y social de gran hondura y audacia. En el Manifiesto de Montecristi Martí llegará a decir —poniendo de relieve el fondo social, no meramente político, de la revolución—: “Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos”.[39] No se trataba, pues, en su concepción, de una guerra de cubanos contra españoles, y nada más, sino de una guerra de oprimidos contra opresores, y en la primera categoría entraba la mejor parte de los españoles trabajadores de la Isla y el grueso de los “quintos” de la tropa enemiga. En el artículo que ahora comentamos prosigue: “Ya quiere bálsamos esta tierra triste donde los vencedores cuentan tantas heridas como los vencidos: ya se siente en el aire el tácito acuerdo de los que aprendieron a odiarse en la opresión para estimarse después por sus virtudes comunes en la guerra: ya asoma acaso la hora de marchar juntos a la conquista de toda la justicia”.[40]

     Este deseo grandioso no era meramente romántico. De hecho, con esta actitud Martí logró en Tampa, en julio de 1892, que cientos de obreros españoles desfilaran sumándose a la causa cubana. “Se acercan los tiempos extraordinarios”, diría entonces, refiriéndose a aquella “ocasión solemnísima, de las pocas que sacuden hasta la raíz el alma humana”.[41] No olvidemos que en el proceso factual de la guerra faltaron su persona y su palabra geniales. Volviendo ahora a sus textos, en el discurso de 1891 sobre el 27 de Noviembre, hará Martí una de sus más altas declaraciones de principio sobre el tema que nos ocupa, declaración inscrita para siempre, como la estrella en el triángulo rojo de la bandera, en la eticidad revolucionaria cubana: “¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos, los crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir, como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio!”[42]

     La liberación del odio era precisamente la liberación de la colonia. A la reacción fatal había que oponer la respuesta libre.[43] El tributo a los mártires del 27 de Noviembre no podía moverse en los planos inferiores en que se movieron sus verdugos: “No es de nuestro corazón cubano” —reitera Martí— “ni de nuestro respeto, ni de la dignidad de nuestro concepto de la patria, que solo excluye la opresión y el crimen, recrudecer la memoria harto vehemente del espantable asesinato; ni convidar, con palabra baja e imprevisora, a la venganza y el odio: ¡triste patria sería la que tuviese el odio por sostén [...!]”[44]

     Atención ahora. Llegamos a la solución exhaustiva del problema planteado por primera vez, con lenguaje romántico, en los agónicos versos de 1872. Estamos en 1894, en el discurso de homenaje a Fermín, en vísperas de la nueva guerra. Dice Martí, en efecto: “¡triste patria sería la que tuviese el odio por sostén [...!]”, pero en seguida añade: “tan triste por lo menos como la que se arrastra en el olvido indecoroso de las ofensas, y convive alegre, sin más enmienda que una censura escurridiza y senil, con los tiranos que la estrujan, los soberbios que prefieren la dominación extraña al reparto de la justicia entre los propios,—y los cobardes, que son los verdaderos responsables de la tiranía!”[45]

     La ausencia de odio, entonces, nada tiene que ver con el “olvido indecoroso de las ofensas”. Como quien llega a la exactitud de una fórmula matemática, cuyo signo clave es la virtud de la moderación que Martí consideró característica del genio de “nuestra América” e inseparable del mayor heroísmo,[46] concluye en su elogio final de Fermín Valdés-Domínguez: “Pero la estéril declamación sobre el suceso inicuo, que fatalmente figura entre los crímenes históricos, no sería apropiado tributo a quien realzó su persecución continua de la gran maldad, y su glorioso triunfo, con la moderación propia de las almas fuertes, y el perdón sincero de los arrepentidos,—sin caer por eso con el disimulo de la prudencia, en el olvido inmoral e imposible con que cubre su palidez la cobardía”.[47]

     Resumiendo, los pasos advertidos en la recepción y meditación martianas del 27 de Noviembre: lo negativo moral y políticamente es re-sentir la ira lícita, el odio irreprimible en su instante, convertirlo en un estado de resentimiento fatal, indiscriminado y rebajador, que por sí mismo implica una situación de esclavitud espiritual, una victoria del enemigo. Lo fundador ha de ser el vencimiento del odio como una cuestión de respeto a los mártires, de honra propia, como un postulado constructivo, dinámico, libre, que permite distinguir entre unos hombres y otros, mantener en principio las puertas abiertas a todo hombre honrado y suprimir “toda medida de pura nacionalidad o de terror”, según consta en la instrucción primera del “Plan de Alzamiento”[48] de 8 de diciembre de 1894. Pero si en un brazo de la balanza justiciera, empuñadura de la espada, debe estar la ausencia de odio, en el otro debe estar siempre la presencia del ultraje a la patria. Este es el que justifica el combate necesario y a muerte; aquella, la que le da al combate su más alto sentido. Difícil equilibrio, que constituye una tradición de la eticidad revolucionaria cubana, respaldada por los dos máximos jefes militares de 1895: Gómez[49] y Maceo;[50] recogida y actualizada explícitamente por Fidel, como praxis y como teoría, en la campaña de la Sierra.[51]

     Recordemos que ya en el poema juvenil, junto al grito de perdón de las sombras, el poeta clamaba: “¡Llanto para vosotros, los de Iberia / Hijos en la opresión y la venganza!—”.[52] En la prosa del mismo año —que Martí calificó de “padrón de vergüenza nacional”[53] para la metrópoli— se habla de las “lágrimas por la honra patria” que vertieron “los que desde aquí” —es decir, desde España— “se espantaron con el asesinato”; y se exclama imperativamente: “¡Póstrense de hinojos en la tierra, tiemblen de remordimiento, giman de pavor todos los que en aquel tremendo día ayudaron a matar!”[54] Por otra parte, no olvidará Martí, en su discurso de “Los pinos nuevos”, al capitán Federico Capdevila,[55] que en su memorable aunque inútil defensa de los estudiantes, tuvo la valentía y la grandeza de decir: “Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honra como caballero, y mi pundonor como Oficial es proteger y amparar al inocente, y los son mis cuarenta y cinco defendidos”,[56] arriesgando la vida y salvando, siquiera fuese simbólicamente, el honor de España.[57] Por eso exclama sin reservas Martí:

 

¡Recordaré al magnánimo español, huésped querido de todos nuestros hogares, laureado aquí en efigie junto con el heroico vindicador, que en los dientes de la misma muerte, prefiriendo al premio del cómplice la pobreza del justo, negó su espada al asesinato! Dicen que sufre, comido de pesar en el rincón donde apenas puede consolarlo de la cólera del vencedor pudiente, el cariño de los vencidos miserables. ¡Sean para el buen español, cubanas agradecidas, nuestras flores piadosas![58]

 

     El planteamiento moral, sin embargo, con ser tan de esencia en este caso, no agotaba los contenidos de un suceso en el que se habían desatado factores sociales muy complejos. Cuando ya parecía que Martí lo había dicho todo sobre el 27 de Noviembre, un nuevo artículo en Patria, con motivo de la conmemoración de 1893, revela con luz vivísima, rápida y fulminante, la entraña social del crimen: “En el crimen del 27 de noviembre de 1871 [...] —tuvo su expresión culminante la ira del español bajo y logrero contra el criollo que le pone en peligro el usufructo privilegiado de la tierra donde vive en gozo y consideración que no conoció jamás en su aldea miserable o en su ciudad roída y pobretona”.[59]

     He aquí otro tono: el tono del análisis sociológico e histórico, en el que las causas económicas se perfilan decisivas. “Cada bestia” —apunta Martí crudamente— “obraba con la furia de su privilegio amenazado”. Su realismo es ahora tan penetrante, que llega a discernir clases de odios: “Hay odios excusables, que nacen de una aberración, de una abstracción, de una pasión nacional. Hay odios, como el del 27 de noviembre, que suben, babeantes, del vientre del hombre”. Su mirada llega como hoja cortante hasta el centro de la llaga: “Cada tendero defendía la tienda. Cada dependiente defendía el sueldo. Cada recién venido defendía la colocación del hermano o el primo por venir. ‘¡Allí están, esos barbilindos, esos felices, esos señoritos que viven sin trabajar, cuando nosotros barremos la tienda y servimos en el mostrador, esos amos: sean criados nuestros una vez al menos!’ Y los criados se saciaron en los amos. Esa fue otra faz del crimen”.[60]

     Dos lecciones perdurables saca Martí en este juicio definitivo: la primera, “la persistencia en América del alma inmutable de la conquista española, igual en Ovando[61] hace cuatrocientos años, en Monteverde[62] hace setenta y cinco, en los Voluntarios de La Habana hace diez y ocho”; la segunda, “la capacidad del alma cubana, de aquella misma porción de ella que parece tibia u olvidadiza o inerme, para alzarse, sublime, a la hora del sacrificio, y morir sin temblar en holocausto de la patria”.[63] Constituye esta última la tesis martiana más directamente influida por el ejemplo de los estudiantes. Eran ellos, como se sabe, jóvenes de clase acomodada, alejados de las asperezas de la vida, mimados por el cariño de sus familias criollas, de maneras suaves y elegantes, de apariencia despreocupada e incluso frívola.[64] Como representativo del grupo puede escogerse a Alonso Álvarez de la Campa, hijo de un capitán de Voluntarios, por ello mismo, quizás, uno de los más odiados por la turba asesina que a gritos pedía su cabeza y que, con sus dieciséis floridos años, sonriente, valeroso y erguido, animando a sus compañeros, fue el primero en la procesión hacia la muerte. Así lo testifica Fermín y así lo evoca Martí en el más bello pasaje de su discurso de 1891:

 

¿Quién, quién era el primero en la procesión del sacrificio, cuando el tambor de muerte redoblaba, y se oía el olear de los sollozos, y bajaban la cabeza los asesinos; quién era el primero, con una sonrisa de paz en los labios, y el paso firme, y casi alegre, y todo él como ceñido ya de luz? Chispeaba por los corredores de las aulas un criollo dadivoso y fino, el bozo en flor y el pájaro en el alma, ensortijada la mano, como una joya el pie, gusto todo y regalo y carruaje, sin una arruga en el ligero pensamiento: ¡y el que marchaba a paso firme a la cabeza de la procesión, era el niño travieso y casquivano de las aulas felices, el de la mano de sortijas y el pie como una joya![65]

 

     Es esta, sin duda, una de las más preciosas semblanzas en la vasta galería de retratos martianos. En los dos tiempos o planos de la evocación (los corredores felices de la universidad, el camino hacia el fusiladero de la Punta), va implícita la enseñanza que Martí quería impartir a sus oyentes y que se declara radiante cuando exclama, como quien comunica una ley que en efecto se constatará en todas las clases y en todos los movimientos revolucionarios cubanos, hasta el asalto al Moncada y la campaña de la Sierra y la victoria de Girón: “¡Así, en los alzamientos por venir, del pecho más oscuro saldrá, a triunfar, la gloria! ¡Así, del valor oculto, crecerán los ejércitos de mañana! ¡Así, con la ocasión sublime, los indiferentes y culpables de hoy, los vanos y descuidados de hoy, competirán en fuego con los más valerosos!”[66]

     De este modo aquellos muchachos salieron de su clase y entraron en la historia, como otros, en diversas “ocasiones sublimes” de la patria, salieron de la oscuridad, la pobreza y el anonimato para ser jefes heroicos y guías de su pueblo. El joven Martí, en su poema romántico, fingía que Cuba colonial, “la Virgen sin honor del Occidente”, mesándose los cabellos exclamaba: “Un mármol les negué que los cubriera / Y un mundo tienen ya por sepultura!”[67] Y añadía, en versos que hallaron nuevo contexto natural en el elogio de los mártires del Moncada:

 

                                           […] Cuando se muere

En brazos de la patria agradecida

La muerte acaba, la prisión se rompe;

Empieza al fin, con el morir, la vida![68]

 

     Dentro de la visión romántica, el tema de los cadáveres sin tumba se liga con la idea de expansión y trascendencia espirituales. Por ello en la prosa de 1872 dice Martí: “Y bien hicieron en sepultarlos en la tierra sin término y sin límites [...]. Así sus espíritus se esparcen por la tierra toda; así hablan con todos los mártires; así se nutren de su excelsa vida; así vagan por toda la extensión; así viven a nuestro lado, y así pesan sobre todos aquellos que vertieron su sangre o no se estremecieron de dolor al verla vertida;—así, mártires y héroes, van más pronto hacia Dios”.[69]

     Años después, en el artículo de 1887, esta idea de trascendencia habrá adquirido una significación ceñidamente histórica. Refiriéndose a la exhumación de los restos de los estudiantes fusilados, realizada personalmente por Fermín Valdés-Domínguez en el cementerio Espada, escribe Martí: “¿Qué son ya, más que polvo y memoria, aquellos que en un sueño de sangre salieron sin culpa y sin miedo de la vida? Cuatro esqueletos estaban tendidos de sur a norte: cuatro esqueletos estaban tendidos de norte a sur”. Ya no son espíritus sino huesos en la tierra común. Nada queda de la idealización romántica de las “sombras” del poema juvenil. Y sin embargo, frente a esa facticidad anonadante de la muerte, Martí vuelve por los fueros de la trascendencia encarnada en la historia, y sus imágenes ahora nos hablan un lenguaje político y revolucionario de profunda verdad y eficacia para la toma de conciencia nacional: “¡pero los muertos son las raíces de los pueblos, y, abonada con ellos la tierra, el aire nos los devuelve y nutre de ellos; ellos encienden en el corazón cansado el fuego que se apaga; ellos vigilan, sentados en la sombra, a los que pierden la virtud en ocio cobarde o diversiones viles; en ellos, por decreto supremo de la naturaleza, se juntan los victimarios y las víctimas!”[70]

     Tornamos así al punto inicial de todo este proceso de la tragedia del 27 de Noviembre tal como fue configurándose en la meditación martiana: ese punto inicial es, según dijimos, la conversión dialéctica de la muerte en vida: vida trascendente en el poema de 1872, vida histórica en el artículo de 1887,[71] vida histórica y también trascendente en el discurso de 1891, donde leemos como conclusión y síntesis de la fecundidad de la muerte heroica: “Del semillero de las tumbas levántase impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal, orea la tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos: la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!”[72]

     Llegamos al final de nuestro recorrido, para el que nos han servido de guías los versos germinales. Esta fecundidad de la muerte heroica se inserta a su vez en la ley de equilibrio y compensación que, para Martí, como se comprueba en toda su obra política y poética, rige a la historia. El déspota, sin saberlo, es esclavo de esa ley. Sus crímenes y vilezas provocan la necesidad de redención. Al final del poema juvenil apostrofaba al déspota: “¡Para el que muere a tu furor impío / El cielo se abre, el mundo se dilata!”[73] Pensaba en ese momento en los mártires como individuos, en su destino personal. Intuía en ellos, sin embargo, una función colectiva que le hace decir en su proclama conmemorativa y acusatoria de 1872: “nosotros no deseamos paz a sus restos, porque ellos viven en las agitaciones excelsas de la gloria”.[74] Esas agitaciones son las de la levadura que levanta a la masa. En el discurso fijador de 1891, el del eterno relevo de “los racimos gozosos de los pinos nuevos”, texto indeleble de nuestro tesoro revolucionario, entrega Martí la clave final del enigma, el sentido del absurdo, la estructura de la tragedia, la ley de las leyes: “Los pueblos viven de la levadura heroica. El mucho heroísmo ha de sanear el mucho crimen. Donde se fue muy vil, se ha de ser muy grande. Por lo invisible de la vida corren magníficas leyes”.[75]

     Una de esas magníficas leyes, sangre espiritual de la Revolución, fue la declarada en La historia me absolverá con estas palabras: “Para mis compañeros muertos no clamo venganza. Como sus vidas no tenían precio, no podrían pagarlas con las suyas todos los criminales juntos. No es con sangre como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por el bien del pueblo; la felicidad de ese pueblo es el único precio digno que puede pagarse por ellas”.

     Ley extraída de la larga y profunda meditación martiana del 27 de Noviembre, y formulada para siempre, con solemne sencillez, en el discurso dedicado por Martí a honrar al vindicador de los mártires de 1871, cuando dijo: “Un pueblo libre y justo es el único homenaje propio de los que mueren por él”.[76]

 

                                                                                                            CINTIO VITIER[77]

 

Tomado de Cintio Vitier: Temas martianos. Segunda serie, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, pp. 187-205.

 

Edición y notas de la Cátedra Martiana de la UCCFD “Manuel Fajardo”.

 

 

Notas:

 

[1] Trabajo leído en el Círculo Cultural Obrero de Santa Cruz del Norte el 27 de noviembre de 1974.

 

[2] Los estudiantes fusilados en la explanada de la Punta, en La Habana, la tarde del 27 de noviembre de 1871, se nombraban: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871), José de Marcos y Medina (1851-1871), Juan Pascual Rodríguez y Pérez (1850-1871), Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871), Ángel Laborde y Perera (1853-1871), Eladio González y Toledo (1851-1871), Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871) y Carlos de la Torre y Madrigal (1851-1871).

 

[3] Fermín Valdés-Domínguez Quintanó (1853-1910).

 

[4] José Julián Martí Pérez (1853-1895). “Sin caer en beaterías ni canonizaciones pueriles, podemos decir con exactitud que Martí significa para nosotros el arribo a la plenitud del espíritu, si no en su dimensión mística (aunque muy cerca parece que estuvo de tocarla en sus últimos días), sí en el doble sentido que le hemos dado a la palabra ‘espíritu’: objetivación y sacrificio. // Martí, en suma, en vez de lejanizar, enraíza nuestro ser en la raza, en la historia y en el espíritu. Nos liga al misterio del mito prometeico y a las gravitaciones del destino. Nos abre a la trascendencia, a la fe y al sacrificio. Toda su vida y su obra tienen un sentido fundacional // Con su muerte se cierra nuestra época trágica. Un destino aciago, algo como la suerte de los atridas, azota a la poesía cubana durante todo el siglo XIX. Martí resume ese fatum, pero ya no es su víctima sino su dueño. Él es el primero entre nosotros que, asumiéndolo desde la raíz, posee al destino. Por eso está capacitado para que nuestra naturaleza y nuestro hombre reciban de su mirada la iluminación espiritual. Pero, como si nuestro signo fuera lo imposible, tan pronto él toca la tierra suya para redimirla, muere en un misterioso paisaje de aguas. Y es arrastrado, y se pudre bajo la lluvia. Pero ese contacto de sus últimos días, ese encuentro casi increíble de su amor inaudito, en el pleno bosque insular, con los cubanos humildes, oscuros, que él enciende, es la semilla más dura de nuestra realidad, el tesoro mayor que tenemos”. [Cintio Vitier: “Séptima lección. El arribo a la plenitud del espíritu. La integración poética de Martí”, Lo cubano en la poesía (1958), en Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, prólogo de Abel Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998, pp. 168-169, 206 y 206-207, respectivamente. (El énfasis es de CV)].

 

[5] Véase JM: El presidio político en Cuba, Madrid, 1871, OCEC, t. 1, pp. 63-93.

 

[6] Publicación de Madrid, dirigida por Francisco Díaz Quintero.

 

[7] JM: “Discurso en honor de Fermín Valdés Domínguez”, Salón Jaeger’s, Nueva York, 24 de febrero de 1894, OC, t. 4, pp. 321-326.

 

[8] Carlos Manuel de Céspedes del Castillo; el Padre de la Patria (1819-1874).

 

[9] Expedición de la goleta Galvanic, que arribó a las costas camagüeyanas el 27 de diciembre de 1868.

 

[10] Manuel de Quesada Loynaz (1833-1884).

 

[11] Ignacio Agramonte Loynaz; el Mayor (1841-1873).

 

[12] Cuerpos de Voluntarios.

 

[13] Esta tesis es también defendida por Luis Felipe LeRoy y Gálvez y aceptada por otros autores cubanos. En su documentado libro A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, argumenta que, si bien los estudiantes fusilados en 1871 eran completamente inocentes del cargo que se le imputaba, el de haber profanado el nicho sepulcral de Castañón, mentor y líder del más intransigente integrismo español, “no fueron en lo absoluto ajenos al fermento de rebeldía estudiantil contra la metrópoli que de antiguo existía en la Real Universidad de La Habana. Por esto, al ser víctimas del furor homicida de los voluntarios, que se cebó en ellos como venganza y escarmiento, resultan con propiedad los primeros mártires del estudiantado universitario en la lucha de los cubanos por su independencia”. (L. F. LeRoy y Gálvez: “Análisis en 1974 del 27 de noviembre de 1871”, Dos conferencias sobre el 27 de noviembre de 1871, La Habana, Universidad de La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1975, p. 22).

     En otro texto del mismo año, Leroy y Gálvez vuelve aseverar: “No lucharon con las armas en la mano, no conspiraron, fueron insurrectos en potencia. Pero sacrificados cruelmente a la ferocidad de los Voluntarios, su inmolación prestó a la causa de la patria un concurso sin precedentes”. (La inocencia de los estudiantes fusilados en 1871, La Habana, Universidad de La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1971, p. 15).

 

[14] JM: “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, [Madrid, 1872], OCEC, t. 15, p. 57.

 

[15] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 57.

 

[16] JM: “Los pinos nuevos”, discurso en conmemoración del 27 de noviembre de 1871, Tampa, 27 de noviembre de 1891, OC, t. 4, p. 283.

 

[17] Véase, al respecto, el capítulo “De ‘Abdala’ a El presidio político”, del libro El amor como energía revolucionaria en José Martí (Albur, ór­gano de los estudiantes del ISA, a. 4, La Habana, mayo de 1992) de Fina García-Marruz. De acuerdo con Cintio Vitier: “La experiencia del presidio colonial fue la experiencia decisiva en la vida de Martí, como lo demuestra simbólicamente el anillo de hierro, donde estaba grabado el nombre de Cuba, que se mandara hacer con un fragmento de la cadena que le causó lesiones incurables. Esas lesiones en la carne no se le convirtieron en lesiones morales porque él no quiso. Aquí se revela el eje y la vocación de su voluntad”. (Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral (1975), La Habana, Ediciones UNIÓN, 2002, p. 73). Por otra parte, en la “Presentación” del libro Dolor infinito de Raúl Rodríguez La O, Cintio afirma: “El tema fundamental de El presidio político en Cuba, el que trasciende a su circunstancia inmediata, es la revelación de Dios en el sufrimiento del prójimo y en nuestro deber hacia él”. (La Habana, Ediciones Abril, 2007, p. 10).

 

[18] JM: “Castillo”, La Soberanía Nacional, Cádiz, 24 de marzo de 1871, OCEC, t. 1, p. 54.

 

[19] JM: “Cartas de Nueva York”, La Opinión Nacional, Caracas, 4 de mayo de 1882, OCEC, t. 11,

p. 173 y Lucía Jerez, El Latino-Americano, Nueva York, mayo –septiembre de 1885, OCEC, t. 22, p. 255.

 

[20] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 58.

 

[21] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 285.

 

[22] Dionisio López Roberts, conde de la Romera (1830-1898). Periodista y político español. Llegó a La Habana el 4 de enero de 1869 para ocupar el cargo de gobernador político de la ciudad. Sus tres años de trabajo como funcionario público son recordados por su turbia y corrupta gestión.  

     Dos semanas antes de los sucesos que culminaron en el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, López Roberts había sido declarado, por real decreto, cesante de su cargo, que se hizo efectivo el 5 de diciembre de 1871. El gobernador político quiso aprovechar sus últimos momentos en el poder, para cometer una fechoría más, ordenando el arresto, el 25 de noviembre, con gran aparato y teatralidad, de toda la clase del primer año de Medicina, presentes en el aula ese día, 45 estudiantes en total, acusándolos de profanar la tumba de Gonzalo Castañón. El objetivo era bien claro, por una parte, congraciarse con sus superiores y las fuerzas retrógradas del recalcitrante integrismo español y, por otra, extorsionar a los padres de los estudiantes detenidos, exigiéndoles dinero a cambio de la libertad de sus hijos. Pero su codicioso plan fracasó, con terribles consecuencias trágicas. Los Voluntarios, que lo despreciaban públicamente por su “ruin avaricia”, pero que creían ciegamente en el móvil de la profanación, promovido por él mismo, se amotinaron, le arrebataron la trama de las manos, lo echaron a un lado, humillándolo, y exigieron el inmediato castigo de los estudiantes con la pena de muerte.

 

[23] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 60.

 

[24] Pedro J. de la Torre y Núñez (1852-1877).

 

[25] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 285.

 

[26] JM: “El día 27 de noviembre de 1871”, Madrid, 1872, OCEC, t. 1, p. 98.

 

[27] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 60.

 

[28] JM: “Poema XXX”, Versos sencillos, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 335.

 

[29] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 284.

 

[30] JM: “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, La Lucha, La Habana, 9 de abril de 1887, OCEC, t. 25, p. 240.

 

[31] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 60.

 

[32] Ibíd., p. 62.

 

[33] Ibíd., p. 61.

 

[34] Ibíd., p. 62.

 

[35] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 240.

 

[36] Véanse, al respecto, los capítulos “La fuerza divisora del odio: consecuencias históricas”, “Amor y fundación” y “La guerra sin odios”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit.

 

[37] JM: “Circular. Política de la guerra”, Cuartel General del Ejército Libertador, 28 de abril de 1895, EJM, t. V, pp. 183-184.

 

[38] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 242.

 

[39] Manifiesto de Montecristi, ob. cit., p. 12.

 

[40] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 242.

 

[41] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui”, Ocala, Fla. [22] julio 1892, EJM, t. III, pp. 155-156.

 

[42] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 284.

 

[43]Lo que Martí descubre […], es que el odio es una reacción y el amor, esencialmente, un acto o, más bien, el acto creador mismo. Es así, que su negativa a ceder aún al odio legítimo que el crimen inspira, procede de la búsqueda de un centro libre desde el cual pueda emerger una fuerza de creación de más vasto alcance. Pues el odio que sentimos ante nuestro enemigo está ‘determinado’ por él: es el agresor el que lo provoca y el que, al obligarnos a salir de nuestro terreno para entrar en el suyo, ha obtenido ya una parcial victoria. Nuestra respuesta es del todo legítima, pero derivada, y por ello carece de la fuerza de una energía primigenia […].

De lo que se trata, entonces, no es de evitar el odio para dejar las cosas como están, sino de evitarlo para poder erradicar lo que lo motiva con una fuerza que le es superior. Se trata de no permitir que se nos arranque de esa raíz de libertad que nos constituye, desde la cual podrá brotar nuestra acción con energía radial, es decir, no derivada, no debilitada por el sello que en ella ha impreso nuestro agresor, y con el que ha querido ‘fatalmente’ determinarnos. No se puede combatir por la libertad, si no partimos de ella”. (Fina García-Marruz: “De ‘Abdala’ a El presidio político”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit., pp. 71-72).

 

[44] “Discurso en honor de Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., pp. 321-322.

 

[45] Ibíd., p. 322.

 

[46] “En el ensayo El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit., pp. 109-119, Fina García-Marruz ha observado la relación que establece Martí entre el heroísmo y la moderación dentro de la dinámica más profunda de ‘la capacidad de sacrificio’. La consideró virtud vinculada con ‘la armonía serena de la Naturaleza’, distintiva de los mejores hombres de ‘nuestra América’, cuyo paradigma poético lo encontró en Heredia: ‘volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas’. (OC, t. 5, p. 136). Tan elogiosa como esperanzadamente se refirió varias veces al ‘heroísmo juicioso de las Antillas’ y a ‘la moderación probada del espíritu de Cuba’, expresiones consagradas en el Manifiesto de Montecristi (OC, t. 4, pp. 101 y 94, respectivamente)”. (Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, nota 35, p. 64).

 

[47] “Discurso en honor de Fermín Valdés-Domínguez”, ob. cit., p. 322. (Las cursivas son de CV).

 

[48] JM: “Plan de alzamiento”, Nueva York, 8 de diciembre [de 1894], EJM, t. IV, p. 364.

 

[49] Máximo Gómez Báez; el Generalísimo (1836-1905).

 

[50] Antonio Maceo Grajales; el Titán de Bronce (1845-1896).

 

[51] Véanse sus discursos del 15 de abril y 19 de agosto de 1958, en “Fidel en Radio Rebelde”, suplemento de Granma, La Habana, 8 de marzo de 1973; y su relato de la batalla del Jigüe, Unión, La Habana, a. XII, no. 2, junio de 1973.

 

[52] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 63.

 

[53] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 285.

 

[54] “El día 27 de noviembre de 1871”, ob. cit., pp. 97 y 98.

 

[55] Federico Capdevila Miñano (1845-1898).

 

[56] Federico Capdevila: “Texto de la defensa de los estudiantes en el primer Consejo de guerra”, en Luis F. Le Roy y Gálvez: A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, p. 125. 

 

[57] Es justo decir que, Nicolás Estébanez Murphy (1838-1914), capitán del Ejército español, el 27 de noviembre de 1871 se encontraba en la Acera del Louvre cuando escuchó, no lejos de allí, las descargas de fusilería en la explanada de la Punta. En un acto de franca insubordinación y de rebeldía ante el crimen perpetrado, quebró su espada y se arrancó los galones de la charretera. Poco tiempo después abandonó Cuba: “Yo no podía permanecer en ella. Si hubiese permanecido, seguramente hubiera acabado mal: antes que la patria están la humanidad y la justicia”. En la fachada del Hotel Inglaterra, en La Habana, el 27 de noviembre de 1937 fue colocada en su memoria una tarja escultórica de bronce, obra de J. J. Sicre con texto de Emilio Roig de Leuchsenring.

Véanse de Emilio Roig de Leuchsenring: “Nicolás Estévanez, repúblico español” (conferencia en la Casa de la Cultura de La Habana, 26 de noviembre de 1939, Nosotros, La Habana, enero de 1940) y “Homenaje anual al preclaro republicano español Nicolás Estévanez” (Veinte años de actividades del Historiador de la Ciudad, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1955); y de Celia María González: “Don Nicolás Estévanez” (Opus Habana, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, junio-diciembre de 2014, no. 1, pp. 63-65).

 

[58] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 285.

 

[59] JM: “El 27 de noviembre”, Patria, Nueva York, 28 de noviembre de 1893, no. 88, p. 1; OC, t. 2, p. 449.

 

[60] Ídem; OC, t. 2, pp. 449-450.

 

[61] Nicolás de Ovando (1460-1518).

 

[62] Domingo de Monteverde y Ribas (1773-1832).

 

[63] “El 27 de noviembre”, ob. cit., p. 1; OC, t. 2, p. 450.

 

[64] Véase Luis F. Le Roy y Gálvez: “Ubicación social de los ocho estudiantes fusilados en 1871”, Dos conferencias sobre el 27 de noviembre de 1871, La Habana, Universidad de La Habana, Centro de Información Científica y Técnica, 1975, pp. 3-13.

 

[65] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 284.

 

[66] Ibíd., pp. 284-285.

 

[67] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 63.

 

[68] Ídem.

 

[69] “El día 27 de noviembre de 1871”, ob. cit., p. 97.

 

[70] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 242.

 

[71] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit.

 

[72] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 284.

 

[73] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 64.

 

[74] “El día 27 de noviembre de 1871”, ob. cit., p. 98.

 

[75] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 286.

 

[76] “Discurso en honor de Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 322.

 

[77] Cintio Vitier Bolaños (Key West, La Florida, 1921 – La Habana, 2009). Eminente ensayista, narrador y poeta. La poesía está presente en cada uno de sus trabajos, actos cívicos, y decisiones personales, pues desde niño intuyó que la poesía tiene en todo, secretamente, la última palabra. En concordancia con su visión poética y humanista, ahondó en la vida y obra de José Martí a quien dedicó numerosos trabajos, notables por su combinación de rigor, pasión, sinceridad, y patriotismo. Junto a su esposa Fina García-Marruz, y otros amigos y contemporáneos, formó parte de un momento estelar de la cultura cubana conocido como la generación de Orígenes.

 

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